Como todos los años, ese año en mi colegio hubo unos cuantos niños nuevos y un nuevo profesor de Matemáticas. Uno de estos niños nuevos era tan pero tan bruto que nadie podía imaginarlo. Daba igual lo rápido o despacio que le explicasen las cosas de números, siempre terminaba diciendo alguna barbaridad: que si 2 más 2 son cinco, que si 7 por 3 eran 27, que si un triángulo tenía 30 ángulos...
Así que lo que antes para nostros era una de las clases más odiadas y aburridas, se terminó convirtiendo en una de las más divertidas. Animados por el nuevo profesor, mis amigos y yo descubríamos las burradas que decía el chico nuevo, y con un ejemplo y sin números, ayudabamos a corregirle.
Todos competíamos por ser los primeros en encontrar los fallos y en pensar en la forma más original de explicarselos. Para ello utilizabamos cualquier cosa, ya fuera útiles de nuestra cartuchera, golosinas y hasta aviones de papel.
Al niño bruto parecía no molestarle nada de aquello, pero a mi me daba pena, pues estaba seguro de que llevaba la tristeza por dentro, pues pensaba que debía sentirse inferior a nostros, así que un día decidí seguir al niño bruto a su casa después del colegio para ver que es lo que sucedía.
A la salida del cole, el niño caminó durante unos minutos, y al llegar a un pequeño parque, se quedó esperando a alguien... hasta que apareció... ¡el profesor nuevo! Se acercó, le dio un beso, y se fueron caminando tomados de la mano. En la distancia, pude oir que hablaban de matemáticas... ¡y el niño bruto se lo sabía todo, y mucho mejor que ninguno en la clase!
Me sentí tan engañado que corrí hasta alcanzarlos, y me planté delante de ellos muy molesto exigiendo una explicación. El niño bruto se puso muy nervioso, pero el maestro, comprendiendo lo que pasaba, me explicó que lo del "niño bruto" sólo era un truco para que todos los niños aprendieran más y mejor las matemáticas, y que lo hicieran de forma divertida. Además su hijo estaba encantado de hacer de "niño bruto", porque para hacerlo bien se lo tenía que aprender todo primero, y así las clases eran como un juego.
Por supuesto que al día siguiente el profesor explicó la historia al resto de mis compañeros, y ellos al igual que yo estabamos tan encantados con su clase de Matemáticas, que lo único que cambió a partir de entonces fue que todos empezamos a turnarnos en el papel de "niño bruto".
Comprendimos que hasta lo más aburrido se puede llegar a aprender casi sin esfuerzo de forma creativa y divertida.
Adaptación del cuento de Pedro Pablo Sacristan